25/2/08

George Harrison - ¡65 años!

Nací en el 12 de Arnold Grove, Liverpool, en febrero de 1943. Mi padre había sido marino, pero en aquel entonces conducía un autobús. MI madre procedía de una familia irlandesa llamada French y tenía montones de hermanos y hermanas. Ella era católica. Mi padre no y, aunque siempre nos decían que si no eras católico pertenecías ala iglesia anglicana, él no parecía perteneces a ninguna parte.
Yo tenía dos hermanos y una hermana. Mi hermana andaba por los doce años cuando yo nacía, acababa de pasar el examen Eleven Plus. En realidad, no guardo muchos recuerdos de ella en aquella época porque se marchó cuando yo tendría unos diecisiete años. Se fue a estudiar para maestra y ya no volvió.
Mi abuela materna vivía en Albert Grove, al lado de Arnold Grove, así que cuando era pequeño podría salir por la puerta trasera de mi casa y pasar a la suya por las cancelas traseras (en Liverpool las llaman “jiggers”). Me quedaba allí cuando mi madre y mi padre estaban trabajando.
Mi abuelo paterno, a quien nunca conocí, era constructor, y había construido muchas de las grandes casas eduardianas de Princes Road, Liverpool. Allí viían los médicos y otros profesionales liberales. En aquellos tiempos se construía bien: buena mampostería, ladrillos y madera. Quizás el interés por la arquitectura me venga de mi abuelo. Me gusta ver edificios bonitos, ya sea una casita de campo con el techo de paja o la estación de St. Pancras. Siempre he pensado que la vida es lanzarse e inventar oportunidades, hacer que pasen cosas. Nunca pensé que algún día no pudiera vivir en una gran mansión, por el hecho de ser de Liverpool.
Mi casa era muy pequeña. Dos arriba y dos abajo; un peldaño directo a la calle, un peldaño a la estancia del fondo. La habitación de delante nunca se usaba. Era una suite de tres piezas con linóleo, hacía un frío de muerte y nadie entraba nunca. Yodos nos apiñábamos en la cocina, donde había fuego, la tetera a punto y un pequeño hornillo de hierro.
Gran parte del jardín estaba pavimentado (salvo un trocito donde había un macizo de flores de dos palmos); había un lavabo detrás y, durante un tiempo, un pequeño gallinero donde teníamos gallitos. De la pared del patio trasero colgaba una tina de zinc, que llevábamos dentro y llenábamos con cacerolas de agua hirviendo. Así nos bañábamos. No había cuarto de baño, nada de jacuzzis.
Mi primer recuerdo es el de estar sentado en un orinal en lo alto de las escaleras haciendo caca y haber gritado: “¡Ya está!”. Guardo otro recuerdo de cuando era muy pequeño, el de una fiesta en la calle. Había refugios antiaéreos, bancos y mesas, y la gente estaba sentada por allí. No debía de tener más de dos años. Teníamos una fotografía donde aparecía yo en esa escena, así que seguramente, siendo niño, podría revivirla a partir de la foto, de ahí que lo recuerde. Arnold Grove era un poco como Coronation Street, aunque ya no recuerdo a ninguno de los vecinos. Estaba detrás del Lamb Hotel, en Wavertree. Había un gran cine art-decó llamado The Abbey y la torre del reloj Picton. Bajando por una calleja adoquinada llegabas al matadero, donde se cargaban a los caballos.
En aquellos días había mucha animación en Liverpool. El Mersey era muy importante, con todos aquellos transbordadores y los grandes buques procedentes de América o de Irlanda. Había muchos edificios antiguos y monumentos, un poco sucios pero bonitos. Y entre todos aquellos edificios se veían zonas bombardeadas, que nunca se había despejado. El día que me marché de Liverpool (en 1963) aún quedaban grandes solares llenos de escombros por impactos directos. Cuando ibas de compras, veías grupos de gente reunida en algún solar mirando a un tipo esposado y encadenado que trataba de escapar de un saco. Siempre había gente haciendo cosas así: el síndrome Houdini.
Los tranvías recorrían las calles adoquinadas, y los cables pasaban por arriba. Íbamos a todas partes en tranvía, y para llegar al Wirral tomábamos el tren subterráneo. Para cuando tuve bicicleta, los autobuses habían reemplazado a los tranvías; arrancaron los carriles y asfaltaron las calles.
Guardo recuerdos de haber ido a comprar con mi madre los sábados. Me llevaba a casa de señoras mayores que, por lo visto, conocía y quines siempre debía una visita. No debían de ser tan mayores, pero de niño todo el que pasa de los veinte te parece viejo.
Y había teatros nuevos-cines en pequeños edificios de época-donde ponían dibujos animados y el Pathé Pictorial News. No había pase principal y la sesión duraba unos cincuenta minitos; podías ir a comprar y, cuando te cansabas, tomabas un café, ibas al News Theatre, veías unos dibujos animados y después seguías comprando.
Cuando era muy pequeño entré en los boy scouts, que estaban en una iglesia católica llamada San Antonio de Padua… un viaje un poco largo para llegar a los scouts. (Tenía que ir volando en Alitalia, la única línea aérea con pelo bajos las alas.) Y cuando llegábamos a casa, Akela nos mandaba a dormir. Mi madre iba a la iglesia de vez en cuando, en las ocasiones normales, Pascua, Navidad y todo eso, y cuando era pequeño me llevaba con ella. Tomé la primera comunión a los once años. Pero me libré de lo demás porque por aquel entonces nos habíamos trasladado a Speke.
No me gustaba mucho el colegio. Recuerdo que fui un tiempo al parvulario. No me volvía loco. Guardo tres recuerdos de Dovedale Road Infant School: el olor a col hervida, una niña con el pelo rubio y rizado y la casita de Peter Pan en una esquina de la clase, hecha por todos los niños.
Después fui a Dovedale Juniors. Allí me lo pasaba bien porque hacíamos mucho deporte. Fútbol y los típicos juegos. Yo pensaba que corría muy rápido y me gustaba jugar al fútbol. Creo que todos los niños se creen muy buenos aunque sean unos paquetes. John estuvo yendo a Dovedale al mismo tiempo que yo. Jugábamos en el mismo patio, pero yo no lo conocía, seguramente porque era mi primer año y el último suyo.

Seguí yendo a Dovedale cuando nos mudamos a Speke. Vivía en Upton Green nº 25. Habían construido unas casas subvencionadas allí, con baño y cocina. Nosotros llevábamos años esperando la casa nueva y por fin nos colocamos en los primeros de la lista y nos trasladamos.
Speke está en las afueras de Liverpool, en dirección al interior. Quedaba bastante lejos, un viaje en autobús de 40 minutos. Como el río Mersey serpentea hacia arriba, se vuelve más estrecho por la zona de Widnes y Runcorn. Allá estaban todas las fábricas construidas en los cuarenta: Bryant y May (que fabricaban cerillas) y Suministros Médicos Evans. Dunlop tenía una sucursal justo al borde del aeropuerto de Speke. En el perímetro del aeropuerto había un sitio estupendo, Speke Hall, y un viejo edificio Tudor.
Estábamos a sólo un tiro de piedra de Widness. Yo me pasaba la vida en Oglet, la desembocadura del río. La marea bajaba a lo largo de tantos kilómetro que el lecho del río se convertía en barro. La gente iba en moto arriba y abajo. Yo caminaba horas y horas por los acantilados lodosos de Mersey, y también por los campos y los bosques. Me gustaba estar al aire libre.
Recuerdo algunos incidentes desagradables sucedidos cuando nos trasladamos a Speke. Había maridos que abandonaban a sus mujeres, y mujeres que tenían hijos cada dos por tres. Y siempre había hombres vagando por allí y metiéndose en las casas… para echar un polvo, supongo. Recuerdo que mi madre tuvo que sacar de casa a un tipo que entró soltando tacos y maldiciendo. Ella agarró un cubo de agua y se lo tiró desde la entrada, se metió en casa y cerró la puerta. La cosa se repitió en un par de ocasiones.
Los curas visitaban todas las casas del vecindario para pedir dinero. Nosotros no nos portábamos mal, pero algunas familias eran terribles. Apagaban todas las luces y la radio y hacían como que no estaban en casa. Mi padre ganaba siete libras y diez chelines a la semana, así que una limosna de cinco chelines-lo que solía dar-era mucho dinero. En aquella época, no vi a nadie en el paro. Probablemente era demasiado pequeño para darme cuenta. De niño sólo te preocupa el día a día, eres ajeno a la política internacional o a cualquier cosa que no sea tu propia vida. Gracias a las limosnas, construyeron una gran iglesia. Antes, había una iglesia provisional en un barracón. En las paredes se narraba el vía crucis. Recuerdo que cuando lo vi por primera vez pensé: ¿De qué va todo esto? Vale, veías a Cristo por la calle con la cruz a cuestas mientras todo el mundo le escupía, eso estaba claro, pero no tenía ni pies ni cabeza. Todo aquello me producía cierta sensación de hipocresía, aunque no pasaba de los once años. En todos los complejos urbanísticos de las ciudades inglesas paso lo mismo: en una esquina está la iglesia y en la otra el pub. La gente se pone hasta el culo y después va a la iglesia, reza tres avemarías y un padrenuestro y deja cinco libras en el platillo. A mí todo aquello me resultaba muy ajeno. No las vidrieras ni las imágenes de Cristo, eso me gustaba mucho, y el olor a incienso y a velas. Lo que no me gustaban eran las gilipolleces. Después de hacer la comunión, se suponía que tenía que confirmarme, pero pensé: “No voy a molestarme, ya me confirmaré más tarde yo mismo”.
A partir de entonces dejé de ir a la iglesia, pero cada jueves venía un niño para anunciar la llegada del cura. Recorría las calles llamando a las puertas y gritando: “¡Viene el cura!” Y todos decíamos: “¡Mierda!”, corríamos como locos al piso de arriba y nos escondíamos. Siempre le tocaba a mi madrea abrir la puerta. El cura decía: “Hola, señora Harrison, qué placer volver a verla. El señor esté contigo…” Ella le plantaba dos monedas de media corona en aquella manita sudorosa para la construcción de otra iglesia.
Tuve una infancia feliz, rodeado de muchos familiares lejanos y muy cercanos. Me despertaba por la noche, salía del dormitorio, me asoma de arriba de las escaleras y veía a un montón de gente celebrando una fiesta. Seguramente sólo eran mis padres y un par de tíos (tenía unos cuantos tíos calvos; decían que habían perdido el pelo de usar la cabeza para abrir la puerta de los pubs), pero a mi me parecía que habían montado una fiesta a mis espaldas. No recuerdo qué música sonaba. Seguramente tenían la radio puesta.
En aquellos tiempos las radios eran de lámparas. Bueno, no del todo. Funcionaban con pilas: pilas raras con ácido dentro. Tenía que llevar la pila a una tienda de la esquina y dejarla tres días para que la cargaran.
Escuchábamos todo lo que sonaba en la radio: tenores irlandeses como Josef Locke, música de orquesta de baile, Bing Crosby, gente así. Mi madre siempre estaba dando vueltas al dial buscando una emisora árabe o algo parecido, y después la dejaba hasta que había tantas interferencias que ya no oías nada. Entonces, ponía otra cosa.
Recuerdo haber escuchado de niño los discos de mis padres: todo el viejo music-hall inglés. Teníamos un disco llamado “Shenanaggy Da”: “Old Shenanaggy Da, he plays his guitar…”, pero el agujero del medio estaba descentrado así que sonaba raro. Genial. Había otro llamado “Fire, Fire, fire, fire, fire”. Decía: “Why do all the engines chuff-chuff? It’s a fire, fire, fire, fire, fire.” Tenía montones de estrofas, con efectos de sonido de camiones de bomberos, gritos de la multitud y gente atrapada en lo alto de un edificio. Era un EP de doble cara. Cuando llegaba al final de la primera, decía: “Eh, dadme la vuelta y seguiré sonando un rato.” Le dabas la vuelta y sonaba el estribillo y otras veinte estrofas.
No entiendo a la gente que dice: “Solo me gusta el rock and roll” o “Sólo me gusta el blues” o lo que sea. Incluso Eric Clapton reconoce haber sido influenciado por “The Runaway Train Went Over The Hill”. Como digo en mi libro I me mine, mis primeros recuerdos musicales son cosas como “One Meatball” de Hosh White y esas canciones de Hoagy Carmichael y otros por el estilo. Diría que incluso las porquerías que más odiábamos –las cursilerías americanas de finales de los cuarenta y principios de los cincuenta como “The Railroad Runs Through The Middle Of The House” o la inglesa “I’m a Pink Toothbrush, You’re A Blue Toothbrush”-, incluso eso nos ha influenciado en cierto modo, nos guste o no. Lo he asimilado y puede salir en un momento determinado. Se deja ver en algunas de nuestras canciones, como en la parte del medio de “Yellow Submarine”.
Puedes oír algo pensando que no te gusta y que no te está influyendo. Pero eres lo que comes, lo que ves, lo que tocas, lo que hueles y lo que oyes. La música siempre ha poseído una cualidad trascendental en tanto que llega a partes de ti que creías inaccesibles. Y te puede afectar de un modo que tú no puedes expresar. A veces pienses que no te ha afectado, y años después, cuando menos te lo esperas, surge. Creo que, como Beatles, tuvimos la suerte de estar abiertos a todo tipo de música. Escuchábamos todo lo que ponían en la radio. En aquellos tiempos, se llevaba la palma.
Mi hermano mayor, Harry, tenía un pequeño tocadiscos portátil donde podías poner singles y LP. Aceptaba hasta diez discos de una vez, aunque él sólo tenía tres. Los guardábamos en la funda con mucho cuidado, uno era de Glenn Miller. Cuando se iba, lo recogía todo, cables y enchufes, lo guardaba muy bien y no nos dejaba tocarlo. Pero en cuando salía, mi hermano Pete y yo lo montábamos otra vez.
Escuchábamos cualquier cosa. Mi padre, cuando era marino, había comprado un gramófono de cuerda en Nueva Cork y se lo había traído en el barco. Era de madera, con puertas; las de arriba tenían un altavoz detrás y los discos se guardaban en el fondo. Y las agujas iban metidas en cajitas de hojalata.
También se trajo algunos discos de América, incluido uno de Jimmie Rodgers “The Singing Brakeman”. Era el cantante favorito de Hank Williams y el primer intérprete country que oí. Tenía un montón de canciones como “Waiting for A Train”; por ese disco empecé a tocar la guitarra.
Más tarde hubo gente como Big Bill Broonzy y un cantante de country y western llamado Slim Whitman. Convirtió en grandes éxitos las conciones de la película Rose Marie. La primera persona que vi tocando la guitarra fue Slim Whitman, no sé si en la foto de una revista o en directo, en la televisión. Las guitarras se estaban poniendo de moda.
Acababa de dejar la Dovedale Junios School para ir al Liverpool Institute cuando me ingresaron en el hospital. Me puse enfermo a los doce o trece años, por problemas de riñón. Siempre tenía amigdalitis; enfermedades infantiles. Me dolía la garganta constantemente y aquel año la infección se propagó y me provocó una nefritis, una inflamación de los riñones.
Estuve en el hospital Alder Hey durante seis semanas a una diera sin proteínas. Tenía que comer espinacas y cosas asquerosas. Fue entonces cuando pedí la primera guitarra. Había oído que Raymond Hughes, un compañero de Dovedale –yo ya iba al instituto y llevaba un año sin verlo- tenía una guitarra y quería venderla. Costaba tres libras con diez chelines. En aquel entonces era mucho dinero, pero mi madre me los dio y fue a casa de Raymond a comprarla.
Era una porquería de guitarra, pero para empezar estaba bien. Vi que tenía un tornillo en la parte trasera del mástil. Como era curioso, agarré un destornillador y lo quité, y todo el mástil se salió. No pude arreglarlo bien, así que guardé en un armario las dos piezas y las dejé allí. Al final –me pareció como un año más tarde- mi hermano Pete me la reparó. El mástil quedó cóncavo, así que sólo le podías sacar un par de acordes. Trasteaba de mala manera.
Mi padre había tocado la guitarra cuando estaba en la marina mercante. Pero empezó a faltar trabajo, él abandonó la marina y vendió la guitarra. Cuando empecé a tocar me dijo: “Tenía un amigo que tocaba”. Por algún motivo, seguía en contacto con él y lo llamó por teléfono. Se llamaba Len Houghton y tenía una licorería, encima de la cual vivía. Los jueves cerraba y mi padre lo arregló para que pudiera ir allí cada semana dos o tres horas. Me enseñó acordes nuevos y me tocaba canciones como “Dinah” y “Sweet Sue”, y melodías tipo Django Reinhardt y Stéphane Grapelli. Canciones de los años veinte o de los treinta, como “Whispering”. Fue muy amable.
En aquella época conocía a Paul McCartney en el autobús, al volver del colegio. Por entonces los autobuses no habían llegado al complejo donde yo vivía, así que tenía que bajar del autobús y caminar veinte minutos para llegar a casa. Paul vivía cerca de la última parada, en Western Avenue. Muy cerca estaba Halewood, donde solíamos jugar. Había estanques con espinos dentro. Ahora hay una fábrica apestosa de Ford que ocupa un montón de hectáreas.
Así que Paul y yo viajábamos en el mismo autobús, con el mismo uniforme, cuando volvíamos a casa del instituto. Descubrí que tenía una trompeta y él se enteró de yo tenía una guitarra, y nos hicimos amigos. Yo tenía unos trece años. Él debía andar por los catorce recién cumplidos. (Siempre fue nueve meses mayor que yo. Incluso ahora, tras todos estos años… sigue siendo nueve meses mayor.)
Al alcanzar la adolescencia, oí “I’m In Love Again” de Fats Domino. Fue lo que yo llamaría el primer disco de rock and roll que oí. Otro disco de mi época de colegio es “Whispering Bells” de Del Vikings; aún recuerdo cómo sonaban las guitarras. Y después, por supuesto, “Heartbreak Hotel”. La oí un día por la radio y se me quedó grabada para siempre en la cabeza. Elvis, Little Richard y Buddy Holly nos influyeron mucho, y aún hoy día su música sigue siendo mi rock and roll favorito.
En la escena pop de entonces había de todo. Estaban las grandes estrellas: Fats Domino, The Coasters y Elvis, y después artistas cuyo discos oías pero que no se veían con mucha frecuencia, alguna que otra foto en una revista. Después estaban los artistas británicos, como Tommy Steele (la primera estralla pop y rock de Inglaterra) y más tarde Cliff Richard. Y la gente de Larry Parnes: Billy Fury, Marty Wilde y otros. Era emocionante, porque por primera vez veían una chaqueta roja o una camisa negra, o una Fender Stratocaster o cualquier guitarra eléctrica.
Ver a los artistas que venían a Liverpool Empire y que llevaban amplificador era lo más emocionante del mundo. Hoy día hay tanto donde elegir que unos puede tener sus propios gustos, distintos a los de cualquier otro. En aquellos tiempos valía aquello de que los mendigos no pueden andar con exigencias. Íbamos desesperados detrás de cualquier cosa nueva. Si entrenaban una película, tenías que verla. Si sonaba un disco, tenías que oírlo, porque había muy poco de todo. Hacía pocos años que había terminado el racionamiento. Costaba conseguir incluso una taza de azúcar; no digamos ya un disco de rock and roll.
Recuerdo cierta ocasión en que conseguí el dinero para compara “Rock Around The Clock” Bill Haley, y le pedí a alguien de mi familia que me lo comprara. Me moría de ganas de tenerlo. Volvieron a casa, me dieron un disco y dijeron: “Se les había acabado Billl Haley, así que te he comprado éste”. Era uno de The Deep River Boys. Pensé “¡Oh, no, mierda!” Fue una decepción terrible, y el primer disco que no conseguí. A lo largo de la vida he aprendido que no se debe decepcionar a la gente que cuenta contigo.
No pude ver a Buddy Holly cuando vino, sólo en el show de televisión del London Palladium. Cuano Bill Haley estuvo en Luverpool, no pude pagar la entrada. Costaba 15 chelines; mucho dinero para un colegial. Siempre me he preguntado de dónde sacó Paul la pasta, porque él fue a verlo. Pero sí fui al Liverpool Empire en 1956 a ver a Lonnie Donegan, y a gente como Danny y los Juniors, y a The Crew Cuts (tocaron “Herat Angel” y “Sh-Boom”, una versión de una canción de The Penguins).
Fui a unos cuantos conciertos, el mejor el de Eddie Cochran. Eso fue un par de años después. Lo acompañaba un grupo inglés. Recuerdo bien a Eddie Cochran: llevaba un chaleco de cuero, pantalones de cuero y una camisa color frambuesa. Empezó con “What’d I Say” y cuando abrió el telón estaba de espaldas al público, tocando el riff. Yo le miraba los dedos para ver cómo tocaba. Llevaba la guitarra Gretsch, la de las fotos, con una pastilla Gibson negra y trémolo Bigsby. Era la 6120 naranja de Chet Atkins, la que yo usé más tarde en el especial de televisión de Carl Perkins, con una G grabada en la madera. Era muy buen guitarrista y eso es lo que más recuerdo No sólo me impresionaron sus canciones (y tenía muchas canciones buenas, incluidas “Summertime Blues”, “C’mon Everybody” y “Twenty Flight Rock”), sino también sus versiones, como la del “Hallelujah, I Love Her So” de Ray Charles.
Hubo un intermedio divertido entre canción y canción. Él estaba allí, de pie ante el micro, y antes de empezar a hablar se echó el pelo hacia atrás con las dos manos. Una chica, una voz solitaria gritó: “¡Oh, Eddie!” y él murmuró al micro, descaradamente: “Hola, cielo”. Yo pensé “¡Sí! ¡Esto es! ¡Esto es rock and roll!”
Y, por supuesto, se trajo el gran secreto de América: la tercera cuerda sin entorchado. Años más tarde me hice amigo de Joe Brown, que había ido de gira con Eddie, y me enteré del secreto. Cuando oigo las primeras grabaciones de The Beatles, me llama mucho la atención una parte que toco con la tercera cuerda y que suena como tres notas. Hace “de diddle dum”. Si hubiera usado una cuerda sin entorchar, de calibre menos, habría podido hacer el forzamiento. En aquellos tiempos no era lo bastante listo para pensar: “Pondré otra segunda cuerda en lugar de la tercera para poder forzarla”. Pero Eddie Cochran había pensado en todo.
El boom del skiffle empezó en mi adolescencia. Lonnie Donegan influyó mucho más en los grupos de rock ingleses de lo que jamás se ha reconocido. A finales de los cincuenta era prácticamente el único guitarra que podías ver. Tenía mucho éxito y unas críticas magníficas. Poseía una gran voz, un montón de energía y cantaba muy buenas canciones: versiones pegadizas de Leadbelly y cosas así.
Me encantaba. Fue mi gran héroe. Todo el mundo se compró una guitarra e hizo grupos de skiffle por él. El skiffle surgió del blues, pero era tan fácil de tocar que resultaba accesible para todos nosotros, blancos del miserable Liverpool. Era lo más barato del mundo: sólo una tabla de lavar, un cajón de té, un poco de cordel, un mango de escoba y una guitarra de 3 libras y 10 chelines. Y era un modo sencillo de iniciación a la música, porque muchas de las caniones sólo tenían dos acordes; tres como máximo. Había un montón de temas buenos; canciones del tren , como “Midnight Special”, “Wabash Cannonball” y “Rock Island Line”; cientos de temas magníficos cuyo origen era la cultura de los esclavos negros.
Todo el mundo tocaba en un grupo de skiffle, y aunque la mayoría desaparecieron, los que quedaron se convirtieron en los grupos de rock de los sesenta. Tenían un folclore propio. Recuerdo que había un grupo llamado Eddie Clayton (en el que Ringo estuvo un tiempo) y pensamos: “Éstos son buenos”. Un poco más tarde yo formé un grupo de skiffle llamado The Rebels, con Arthur Nelly y mi hermano, que había pillado una guitarra del garaje de alguien. Sólo hicimos un bolo, en el British Legion Club.
Cuando tenía trece o catorce años me sentaba al fondo de la clase y me ponía a dibujar guitarras, grandes guitarras “cello” con el agujero en “f” y otras pequeñas y sólidas con la forma recortada. Estaba muy metido en todo eso. Incluso intenté fabricar una guitarra, algo muy audaz por mi parte. En la ignorancia, te atreves a casi todo. Sólo hice un año de carpintería en el colegio. No se me daba muy bien, pero tampoco mal. Fabricábamos cosas muy sencillas, colas de milano y una escuadra biselada. Debí de leer en alguna parte cómo se hacía una guitarra, porque es imposible que se me ocurriera a mí.
Me hice con algo de madera de tres láminas. Primero, dibujé la forma que quería y después la recorté. (Era al estilo Les Paul, pero no tenía agujeros en “f”.) El cuerpo era hueco y en el interior de la parte trasera y delantera recorté unos cuadrados pequeños. Encajé espigas en los agujeros para sujetar la parte delantera. Después, empapé y doblé la madera del borde. Quedó muy desigual y llana de bultos por la parte que iba pegada. Mi gran error fue el mástil, que no pude hacer de una pieza porque no tenía una madera lo bastante grande. Lo hice hasta la cajuela, para fabricar la cabeza por separado. Vacié una parte por detrás de ambas piezas y atornillé una chapa de aluminio para mantenerlas juntas. Lo rellené todo con pasta de rellenar madera, compré el cordal, el puente, las clavijas, la cejuela y puse las cuerdas. Hice el agujero en “f” e incluso la barnicé. Después, al tensar las cuerdas, se hizo pedazos. Frustrado, la tiré a la leñera y no volví a hablar de ella.
La Hofner President fue mi primera guitarra decente. Era “cello” con agujero en “f”, basada en las grandes guitarras Super Gidson. Me pasaba horas sentado, tocando e intentando sacar cosas. Me quedaba despierto hasta muy tarde. No lo consideraba un ensayo, sino más bien un aprendizaje. Era lo único que me gustaba de verdad. Cuando tenía cuerdas nuevas, quitaba las viejas, limpiaba la guitarra, la pulía y la dejaba impecable.
Muy al principio me compré un manual de guitarra, que enseñaba la posición de los dedos para algunos acordes. Cuando conocí a Paul, le enseñé el manual. Entonces él aún tenía la trompeta. Lo miramos y sacamos algunos acordes, como do, fa y sol7. Pero sólo mostraba las posturas de dos dedos en el do y lo mismo con el fa, así que tuve que volver a aprenderlos más tarde. Recuerdo que me enfadé un poco. ¿Por qué no enseñaban el acorde entero?
Aprendes los acordes abajo del mástil, pero recuerdo haber descubierto las inversiones. De repente comprendí cómo se transformaban las posturas a medida que ibas subiendo en el mástil, los mismos acordes invertidos, cada vez más altos. Era genial, sacar todo aquello. Después, ya de más mayor, alguien me regaló un álbum de Chet Atkins y empecé a sacar melodías con distintos acordes.
Nunca fui un guitarrista técnico; siempre había algún tipo que tocaba mejor que yo. Había un chico que iba a la escuela con Paul y conmigo que terminó formando parte de The Remo Four. Se llamaba Colin Manley, y era uno de esos tíos que se ponía a copiar a Chet Atkins cuando tocaba dos piezas al mismo tiempo. Yo no tenía paciencia. Fue un milagro que llagara a hacer algo útil. De jovencito pillaba la guitarra y me ponía a practicar, pero era incapaz de hacerlo durante mucho rato; no tenía constancia.
MI primera novia fue Iris Caldwell, la hermana de Rory Storm. Era muy simpática y se rellenaba el sostén con algodón. (Probablemente ella no se consideraba mi novia. De joven nunca puedes estar seguro; te atrae una chica, o estás en una habitación con una chica que te gusta, y ya te crees que es tu novia.) Conocí a Rory antes que a The Beatles. Yo había visto a Iris un par de veces y solía ir a su casa a pasar el rato. Tenían un pequeño sótano que querían convertir en una especie de cafetería, uno de esos locales que estaba tan de moda en los cincuenta. Rory era atleta. Recuerdo que en un par de ocasiones salí con Iris y vi a Rory llegar a su casa corriendo, sudoroso porque se estaba entrenando, y al alcanzar la puerta consultar su reloj cronómetro.
El verdadero nombre de Rory era Alan Caldwell. Su padre se llamaba Ernie. Formaban una familia estupenda y todos se portaron muy bien con nosotros. Más tarde (a nuestro regreso de Hamburgo, cuando empezamos a hacer numerosos bolos en Liverpool y el norte de Inglaterra), utilizábamos la casa de Rory como centro de reunión cuando volvíamos a la ciudad después de nuestras actuaciones. Vi, la madre de Rory, nos preparaba una tetera tras otra y tostadas.
En sus ratos libres Ernie trabajaba de portero en Broad Green Hospital, el hospital local. Solía cantarles canciones a los pacientes. Era un tipo genial, de profesión limpiaventanas. Cuando llegábamos tarde por las noches, después de que Ernie se acostara, todos se ponían a bromear a su costa, pero en plan simpático. Era un hombre sencillo, tranquilo y afable. Cuando murió, nosotras ya habíamos grabado nuestros discos y habíamos abandonado Liverpool. Luego me enteré de la trágica noticia de que tras la muerte de Ernie, Vi y Rory se habían suicidado. Al cabo de un tiempo Iris se casó con Shane Fenton, quien se convertiría en Alvin Stardust.
Un año, Paul y yo decidimos hacer un viaje en autostop. En aquellos días era una cosa impensable. En primer lugar, lo más seguro es que te atracaran antes de atravesar el túnel del Mersey, y en segundo lugar todo el mundo tenía coche y estaba atrapado en algún atasco. Yo había ido con frecuencia al sur con mi familia, a Exmouth, en Devon, así que Paul y yo decidimos recalar allí inicialmente.
No teníamos mucho dinero. Nos alojábamos en hotelitos de “cama y desayuno”. Un día, llegamos a una ciudad al anochecer. Detuvimos a una señora en la calle y le preguntamos: “Disculpe, ¿conoce algún sitio donde podamos alojarnos?” La mujer se compadeció de nosotros y repuso: “Mi hijo está fuera, de modo que podéis dormir en mi casa.” Con que nos llevó a su casa, y nosotros la azotamos, la atamos de pies y manos y le robamos todo el dinero. Es broma. La mujer nos instaló en el cuarto de su hijo y a la mañana siguiente nos preparó el desayuno. Fue muy amable. No sé quién era, quizá se tratara del Llanero Solitario.
Paul y yo proseguimos nuestro viaje por la costa sur, hacia Exmouth. Un día, charlamos con un borracho en un pub, que dijo llamarse Oxo Whitney. (Posteriormente apareció en A Spaniard in the Works. Cuando contamos a John este episodio, decidió utilizar el nombre de Oxo Whitney. Gran parte de los libros de John se basan en historias divertidas que le cuentan.) Luego nos dirigimos a Paignton. Apenas nos quedaba dinero. Disponíamos de un pequeño hornillos, poco más que una lata con tapadera. Echábamos un poco de metanol al fondo y ardía lentamente. Aparte de eso, llevábamos unas pequeñas mochilas. Nos deteníamos en una tienda de ultramarinos y comprábamos espaguetis Smedley a la boloñesa o a la milanesa. Iban envasado en unas latas con listas: de color rojo si la salsa era a la milanesa, y azul oscuro si era a la boloñesa. También comprábamos arroz a la crema Ambrosia. Abríamos una lata, retirábamos la tapa y la sosteníamos sobre el hornillo para calentarla. Nos alimentábamos de eso.
Llegamos a Paignton sin dinero, así que aquella noche dormimos en la playa. Conocimos a un par de chicas del Ejército de Salvación, que se quedaron un rato con nosotros y nos ayudaron a entrar en calor. Pero más tarde refrescó y hacía humedad; recuerdo que me sentí aliviado cuando nos hartamos de aquella situación y por la mañana reemprendimos el camino. Subimos por el norte de Devon y nos montamos en un ferry que nos trasladó al sur de Gales, porque Paul tenía un pariente que era un soldado en Butlins, en Pwllheli, de modo que decidimos ir allí.
Al llegar a Chepstow nos presentamos en la comisaría y pedimos que nos dejaran pasar la noche en una celda. “Ni hablar, largaos de aquí. Id al campo de fútbol y decidle al cantamañanas del guarda que os autorizamos a dormir allí.” De modo que Paul y yo dormimos sobre un duro banco de madera, en la tribuna. Hacía un frío de muerte. Al día siguiente continuamos el viaje. En el norte del País de Gales nos recogió un camionero. En aquella época los camiones no tenían un asiento de pasajeros, de modo que nos instalamos sobre la tapa del motor. Paul iba sentado sobre la batería. Llevaba unos vaqueros con cremalleras en los bolsillos posteriores, y al cabo de un tato se levantó y soltó un grito. La cremallera había hecho contacto con los polos positivo y negativo de la batería y le había quemado el culo, dejándole una marca bien visible.
Cuando llegamos por fin a Butlins no pudimos entrar. Parecía un campo de concentración alemán, Stalag 17 o algo parecido. Estaba rodeado por una alambrada de espino para impedir que entraran los turistas, y nosotros. De modo que tuvimos que colarnos. (Ringo comenzó a tocar allí).

Paul se trasladó de Speke a Fothlin Road, en Allerton, muy cerca de donde vivía John, en Menlove Avenue. Para entonces Paul había comprendido que no podía cantar y tocar la trompeta al mismo tiempo, de modo que decidió comprarse una guitarra. Por aquella época habíamos empezado a tocar y estudiábamos juntos en el instituto, y cuando Paul se mudó seguimos en contacto. Vivía bastante cerca y yo podía ir a verlo en bicicleta. Tardaba unos veinte minutos en llegar. (Cuando ahora voy en coche me asombra comprobar que sólo tardo tres minutos en recorrer un trayecto que entonces se me hacía largísimo.)
Había un chico en el instituto de Liverpool, un tal Ivan Vaughan, que vivía cerca de John, el cual le presentó a Paul. John tenía fama de ser todo un personaje en la escuela donde estudiaba, y él lo sabía. Yo conocí a John algo más tarde (no recuerdo dónde) y me pidieron que me uniera al grupo, The Quarry Men. En aquellos días John asistía a la escuela de Bellas Artes. No sé qué impresión me produjo cuando lo conocí; me pareció un tío legal. A esa edad lo único que me interesaba era dedicarme a la música. Cuando conoces a alguien que canta o toca en un grupo, al instante trabas amistad con él.
La madre de John le había enseñado a tocar unos acordes. John tenía una guitarra barata, con un pequeño agujero circular en la tapa y cuatro cuerdas. No sabía que una beuna guitarra tenías seis cuerdas. tocaba acordes de banjo, unos grandes acordes con los dedos extendidos. “¿Pero qué haces?”, le pregunté. John creía que así era como se tocaba la guitarra. Nosotros le enseñamos los acordes de mi, la y otros, e hicimos que pusiera sies cuerdas a la guitarra.
The Quarry Men estaba formado por otros miembros, que no daban golpe, de modo que propuse: “Deshagámonos de ellos y me uniré al grupo.” Nigel Whalley tenía un bajo que había confeccionado con una caja de té; permaneció con el grupo una semana. Recuerdo también a Ivan y a un par de chicos más, uno de ellos llamado Griff (Eric Griffiths), el guitarrista. El grupo estuvo formado por distintos componentes, y al final nos quedamos John, Paul y yo. Esa situación duró un tiempo. Tocábamos en bodas y fiestas. John, Paul y yo tocamos en la boda de mi hermano Harry… bebidos. En cierta ocasión actuamos en el Cavern. Era un local de jazz y trataron de echarnos de allí porque tocábamos rock and roll.Yo veía con frecuencia a John, que solía venir a mi casa. Mi madre era muy aficionada a la música y le gustaba que quisiera dedicarme a ella. Me había comprado la guitarra y estaba encantada de que John y Paul vinieran a casa. John tenía ganas de marcharse de la suya porque su tía Mimi era muy estricta. Mimi siempre le ponía en ridículo, y John se rebelaba soltándole palabrotas.
Recuerdo que un día, poco después de conocernos, fui a casa de John. Yo todavía asistía al instituto y tenía un aspecto bastante juvenil. Todos queríamos parecer los típicos teddy boys y supongo que yo lo había conseguido, porque a Mimi no le caí nada bien. Me miró escandalizada y dijo: “¡Menuda pinta que tiene! ¿Cómo se te ocurre traes a este chico a casa? ¡Si parece un teddy boy!” “¡Cállate de una vez, Mary!”, replicó John. De modo que él venía a menudo a mi casa y mi madre nos daba unos vasitos de whisky.
Yo había creado mi propia versión del uniforme del instituto. Tenía unas prendas que había heredado de mi hermano, una de las cuales era una chaqueta de sport de para de gallo que yo había teñido de negro y que utilizaba como bléiser para ir al instituto. No había quedado bien teñida, de modo que aún se distinguía el dibujo de pata de gallo. Tenía una camisa que había adquirido en Lime Street, que a mi me parecía genial. Era blanca con unos pliegues en la pechera ribeteados con un bordado negro. Tenía un chaleco que me había dado John, que él había conseguido de su “tío” Dykins (el amigo de su madre), el señor Twitchy Dykins. Parecía un chaleco de vestir: negro, cruzado y con solapas. El pantalón también me lo había dado John, poco después de conocernos; era un pantalón pitillo azul claro con vueltas en los bajos. También lo teñí de negro. Y tenía unos zapatos de ante negro que me los había dado mi hermano.
El marido de la tía Mimi se llamaba George Smith, y su hermano era nuestro profesor de inglés en el instituto. Era un poco afeminado, para decirlo suavemente, y siempre lucía un pañuelo de seda blanco en el bolsillo superior de la chaqueta. Nosotros, que éramos unos adolescentes, nos partíamos de risa con sus gestos y su forma de hablar. Le llamábamos Cissie Smith (Mariquita Smith). Siempre decía: “Harrison, eso zapatos no son adecuados para el instituto. Castigado al rincón.”
Era un atuendo muy atrevido y cada día, durante los últimos años que asistí al instituto, temí que me expulsaras. En aquella época nos dábamos vaselina en el pelo para conseguir el peinado alisado hacia atrás que privaba en la era del rock and roll. También estaba de moda lucir una gorra, corbata y un escudo en el bléiser. Yo no llevaba escudo cosido al bléiser sino que era de quita y pon. Me lo sujetaba con una pluma estilográfica que llevaba en el bolsillo superior, para poder quitármelo fácilmente, al igual que la corbata.
Paul y yo salíamos disparado del instituto, tratando de disimular que éramos alumnos del mismo. Por las tardes salíamos con John. Pero a veces también desaparecíamos a la hora del almuerzo, aunque no podíamos salir sin una dispensa especial del Papa. Nos largábamos de tapadillo y en cuanto llegábamos a la esquina, nos desprendíamos de buena parte del uniforme escolar y nos dirigíamos a la escuela de Bellas Artes. (Era un edificio anexo al instinto de Liverpool.)
Allí reinaba un ambiente increíblemente relajado. Todo el mundo fumaba o comía huevos con patatas fritas, mientras nosotros teníamos que comernos la col y los saltamontes hervidos que nos daban en el instituto. Había unas chicas, unos tíos con punta extravagante, de todo. Probablemente era más sencillo de lo que imaginábamos, pero a nosotros nos parecía un lugar impresionante. Allí podríamos fumar sin que nadie nos abroncara. John se mostraba muy amable con nosotros, aunque se le notaba algo tenso porque yo presentaba un aspecto juvenil, al igual que Paul. En aquella época yo debía tener unos quince años.
Recuerdo que la primera vez que conseguí impresionar a John fue cuando me enamoré de una chica que asistía a la escuela de Bellas Artes. Era mona, al estilo de Brigitte Bardott, rubia, con coletas. Yo tocaba en la banda de Les Stewart. (En realidad tocaba con dos grupos al mismo tiempo, sólo de vez en cuando nos salía algún bolo. Les vivía en Queen’s Drive, junto a Muirhead Avenue, de modo que salíamos juntos y de paso yo aprendía música confiando en ganar un par de libras.) El caso es que Les organizó un guateque en su casa y allí vi a la chica parecida a Brigitte Bardot, a la que conseguí emborrachar. John se enteró, y a partir de entonces me tuvo más respeto.
Les tocaba el banjo, la mandolina y la guitarra. Le conocí a través de un tipo que trabajaba en una carnicería. Yo trabajaba allí los sábados de chico de reparto; el dueño de la carnicería trenía una guitarra Dobro (la primera que yo había visto) y conocía a Les. Les era un buen guitarrista: tocaba canciones de Leadbelly, Big Bill Broonzy y Woody Guthrie, más parecidas a unos blues rurales y música country que a rock and roll. Yo tocaba con su grupo –no recuerdo el nombre- y tocábamos en guateques. Un día que actuábamos en un locas de Hayman’s Green, West Derby, me enteré de que estaban construyendo otro local en el número 8 de Hayman’s Green. Me llevaron a verlo y eché un vistazo al sótano que había de convertirse en el Casbah. Allí conocí a Pete Best. Al cabo de unos meses me acordé de Pete y de que tenía una batería, así que le propuse que se uniera a nosotros para poder actuar en Hamburgo.
Paul y yo conocimos a Stuart Sutcliffe a través de la escuela de Bellas Artes. Stuart era un chico delgado, con pinta de intelectual, que llevaba gafas y una barbita a lo Van Gogh; pintaba muy bien. John lo admiraba mucho como pintor. A Stuar le gustaba John porque tocaba la guitarra y era el perfecto teddy boy. Stuart era un tipo legal. Tenía buena plata y transmitía buenas vibraciones, aparte de ser muy simpático. A mí me caía muy bien, siempre fue muy amable conmigo. En ocasiones John se daba ciertos aires de superioridad, pero Stuart nunca nos hizo de menos a Paul ni a mí por no asistir a la escuela de Bellas Artes. Empezó a venir para oírnos tocar en fiestas y se convirtió en un fan nuestro. Consiguió que nos contrataran para tocar en algunas fiestas. La mayoría de las veces sólo tocábamos los tres, John, Paul y yo. John trató de convencer a su sindicato de estudiantes para que adquieran un equipo para nuestro grupo. Al fin logró que nos compraran un amplificador, de modo que de vez en cuando tuvimos que actuar allí. No recuerdo si disponíamos de un repertorio; supongo que debíamos de haber aprendido a tocar algunas piezas juntos.
La primera vez que asistí a una fiesta que duró toda la noche lo organizaron lo de la escuela de Bellas Artes de Liverpool, en un apartamento de las dependencias de estudiantes. Las normas especificaban que cada cual tenía que llevar una botella de vino y un huevo para desayunar. Nosotros compramos una botella de vino barato en Yates’s Wine Lodge y colocamos los huevos en el frigorífico cuando llegamos. Lo mejor de la fiesta (estoy seguro de que John y Paul coincidirán conmigo) fue que alguien poseía un ejemplar de “What’d I Say”, de Ray Charles, un single que en la cara B tenía la segunda parte de la canción. Estuvimos poniéndolo toda la noche, unas ocho o nueve horas sin parar. Era uno de los mejores discos que yo había oído jamás. A la mañana siguiente vomité como un descosido. Cynthia también estaba en ese guateque, y recuerdo que le dije, borracho perdido: “Ojalá tuviera una novia que fuera tan buena chica como tú.”
En Panto Day, en Liverpool, los alumnos de la universidad de Liverpool y de la escuela de Bellas Artes recaudaban fondos para obras benéficas locales. Todos se disfrazaban y se maquillaban y podían hacer lo que les apeteciera: viajar en autobús sin pagar, con unos botes para recoger dinero; entrar en los comercios y pasearse por la ciudad divirtiéndose de lo lindo. Aunque Paul y yo no estudiábamos en la escuela de Bellas Artes, decidimos participar; de modo que no reunimos, disfrazados, en casa de John, en Gambier Terrace, el piso que compartía con Stuart. John y Stuart nos dieron unos botes para recaudar dinero. AL cabo de unas horas regresamos a Gambier Terrace, abrimos los botes y nos quedamos con todo. Habíamos recaudado unos cuatro chelines en peniques.
Cuando me fui del instituto estuve bastante tiempo sin hacer nada. Después de las vacaciones de verano todos mis compañeros reemprendieron sus estudios, y yo seguía sin trabajo y sin regresar al instituto. Utilicé un dinero que me prestó mi padre. Yo no quería trabajar sino tocar con un grupo, pero mi padre me agobiaba preguntándome continuamente: “¿No crees que deberías buscar trabajo?”.
Me padre nunca tuvo un oficio, pero quería que sus tres hijos ejercieran diversas profesiones. Mi hermano mayor era mecánico, y el segundo trabajaba de chapista y soldador. De modo que mi padre pensó: “George será electricista, y así montaremos nuestro propio taller.” En Navidad mi padre me regaló una caja de herramientas de lo más completa. Al abrirla pensé: “Dios, está decidido a que sea electricista.” Esto me deprimió, porque no tenía la menor intención de ser electricista.
MI padre me obligó a examinarme para acceder a un puesto en el Ayuntamiento de Liverpool, pero suspendí. No lo hice adrede, simplemente suspendí el examen. Las matemáticas no se me daban bien. Fue bastante bochornoso, porque los que trabajaban en el Ayuntamiento no eran precisamente las personas más brillantes del mundo. Cuando acudí a la Oficina de Empleo, me dijeron: “Preséntate en Blackler’s, necesitan un escaparatista.” El jefe de escaparatistas de Blackler’s, unos grandes almacenes de Liverpool, me dijo: “Lo siento, la vacante ya está ocupada. Pero ve a ver al señor Peet.” El señor Peet era el jefe del departamento de mantenimiento. Me dio trabajo como aprendiz de electricista, que era lo que deseaba mi padre.
Yo quería ser músico y, aunque nada lo justificaba ni destacábamos por nuestras extraordinarias aptitudes, cuando nos reuníamos los miembros del grupo, el hecho de tocar a tiempo completo nos producía una sensación increíblemente positiva. No sé por qué, pero nos creíamos capaces de comernos el mundo. Claro que en aquellos días el conseguir una gira para tocar en los Mecca Ballrooms ya representaba todo un logro.
Mi padre tenía algo que ver con el Club del Transporte de Liverpool, en Finch Lane, y consiguió que contrataran a The Quarry Men para que actuáramos allí un sábado por la noche. Era una sala de baile con un escenario y unas mesas, y la gente iba allí a bailar y a tomarse unas copas. Mi padre se sintió muy satisfecho de haber conseguido que tocáramos allí. La actuación se dividía en dos partes.
La primera parte tocamos durante quince o veinte minutos y luego, durante el descanso, nos emborrachamos con una bebida llamada “Terciopelo Negro”, que en aquel entonces hacía furor. La cosa consistía en una botella de cerveza Ginness mezclada con un cuarto de litro de sidra (no champán). Yo tenía dieciséis años, John dieciocho y Paul diecisiete. Todos nos bebimos unas cinco copas. Cuando salimos de nuevo al escenario estábamos como cubas. Nosotros nos cubrimos de gloria y conseguimos que los asistentes se sintieran incómodos. “¡Me has puesto en ridículo!”, me espetó mi padre, furioso. Ken Dodd consiguió su primer contrato importante en ese local.
En diciembre de 1959 nos presentamos a una audición para Carroll Levis, el presentador del programa televisivo Discoveries. No recuerdo que nadie fuera descubierto a través de ese programa, ni que nadie ganara nada. Pero te presentabas una y otra vez confiando en ser descubierto, mientras Levis se hinchaba a vender entradas paras los teatros donde actuaban gratuitamente un sinfín de artistas. Al final del programa el aplaudímetro indicaba quién había ganado, y a la semana siguiente vuelta a empezar.
Actuamos en Manchester, bajo el nombre de Johnny and the Moondogs. En aquella época John se había quedado sin guitarra. Supongo que su guitarra “garantizada contra todo desperfecto”, debió de averiarse. Tocamos “Think It Over” mientras John permanecía de pie en medio del escenario, sin guitarra, cantando y con una mano apoyada en el hombro de Paul y la otra en el mío. Paul y yo tocábamos nuestras guitarras, apuntándolas en distintas direcciones, y haciendo las voces del coro. Estábamos convencidos de haber hecho una buena actuación, pero como teníamos que tomar el último tren de regreso a Liverpool no tuvimos tiempo de quedarnos para comprobar si el aplaudímetro nos proclamaba vencedores.
Extraído de "THE BEATLES: ANTHOLOGY"
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Mi gran amor platónico. MI GRAN. Feliz cumple, Georgie!!! Pasala bien!! =)
te amo... =)

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