22/3/08

Marta


Marta sube al colectivo que la llevará por un viaje en el tiempo, aunque eso no aparece anunciado en su recorrido, que finaliza, según reza el cartel, en Chacarita. No es la primera vez que Marta, con sus sesenta y pico de años está allí: fue al cementerio en tres oportunidades, para enterrar a sus padres, a su marido y a una amiga. Ahora, el colectivo transita esas cuadras donde el tiempo se detuvo, donde todavía le es posible remontarse a su época de niña.

La pequeña Marta salta la soga en la puerta de la casa, junto a María y a Estela. Va por los 40 brincos y ya no le quedan más fuerzas, pero si llegara a los 50, lograría romper el récord de la cuadra y, por qué no, del barrio. Respira agitadamente y sus mejillas están sonrosadas, pero vale la pena. Sus amigas la aplauden cuando alcanza el tan deseado número.

Es la tarde y su madre sale con una silla a tomar mate en la vereda. Lo mismo hacen las vecinas, hasta que forman un grupo de señoras prestas a enterarse de las novedades. Marta y su hermano se unen al grupo de niños que, apropiándose de la calle, juegan a la mancha.

Gustavo tiene 8 años y corre como el demonio. Para Marta, 2 años mayor, es difícil seguirle el ritmo; ya sabía que no podía ganarle una carrera a su hermano. Gustavo siente el viento golpeándole la cara y le encanta, se deja llevar. Es tan placentero que no puede parar, TIENE que sacarle todo el jugo. Y cierra los ojos, eso siempre ayuda. Marta lo ve. Otra vez. Corre, como nunca había corrido en su vida, con una velocidad que ni en sueños había imaginado alcanzar. Marta quiere gritar, pero la voz no le sale y solo se queda ahí, apoyada contra la ventanilla, intentando detener con la mirada el tiempo. Alcanza a su hermano y lo tira para atrás, justo antes de que el auto pasara. Se hace un corte en el brazo, pero no le duele, no lo siente, está demasiado asustada como para ponerse a analizar qué es lo que le está indicando el sistema nervioso. Marta llora. Hoy, Marta sí siente, sí le duele, y mucho. El tajo volvió a abrirse. Gustavo corrió, se escapó, para siempre. Y Marta no pudo ayudarlo dos veces.

No hay comentarios.: