11/7/09

Ana no duerme

Si Ana camina y arrastra los pies, no es que esté desganada. Si Ana da vueltas por la habitación, no es que quiera desgastar el suelo. Si Ana se muerde las uñas de manera compulsiva, es que está nerviosa, indecisa, impaciente. ¿Por qué?

Porque Ana se despertó ese día, después de un sueño perturbador. Un sueño que sintió como un cachetazo de la verdad sobre su cara. Y la negación ya no servía de nada. Si Ana se imaginó acurrucándose a su lado, haciéndole masajes en la cabeza y un par de cosquillitas en la panza, de nada servía ya que tratara de ocultarlo. De nada servía mentirse. Porque lo que el consciente no ve, lo ve el inconsciente.

Así que si Ana no duerme, es para no soñar. Porque soñar, a Ana, siempre la hizo mal. Ilusiones vanas, cristales rotos y el mismo vacío de siempre. Si perdió el dominio sobre lo que pasa del inconsciente al consciente, la solución a la vista está: no dejar al inconsciente actuar.

Cual táctica de guerra, Ana ataca a su adversario en su punto débil, el mismo en el que tiene central su sistema operativo: el sueño. Toneladas de café, programas televisivos y el método ludovico son las estrategias para alcanzar su cometido.

Pero lo que Ana no sabe es que lo que del inconsciente pasó al consciente, allí se queda. Que por más que no duerma, seguirá estando aquella vana ilusión, aquél sentimiento.

Y la pobre de Ana ya no duerme.

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