Martín llega a la oficina, prende la luz, apoya el bolso en el suelo y enciende la computadora. Ingresa su contraseña y la deja iniciando la sesión. Toma el termo y sale al pasillo.
Darío sube los últimos escalones de dos en dos y dobla por el corredor, ingresa en la oficina, se quita el saco mientras saluda a sus compañeros y prende la máquina. Toma el termo y sale al pasillo.
Martín y Darío se encuentran, cara a cara. Dos hombres, dos termos y un dispenser. Darío hace un movimiento ascendente con la cabeza, en reemplazo del conocido “hola” o el “buenos días”. Martín lo imita. Solo ellos, esta narradora y quien haya tenido que luchar por conseguir agua caliente en el trabajo, comprenderán la gravedad de la situación; y aunque el gesto denota cordialidad, sus miradas echan fuego. Sujetan los termos con firmeza. Y, como si un contador invisible marcara la largada, en forma simultánea comienzan a caminar velozmente. Una mujer sale del baño y ante tal escena, viendo en peligro su vida, se mete de nuevo. Un par de empleados se asoman a la puerta de las oficinas, alentando a los jugadores y haciendo apuestas. Martín da pasos largos, Darío los da más cortos, pero rápidos. Van cabeza a cabeza. El dispenser se deja ver por la puerta abierta de la salita del fondo. La luz roja está apagada: hay agua caliente. Darío mira con furia a Martín por el rabillo del ojo. Martín aprieta los dientes y acelera. Darío mueve sus brazos, como dándose impulso, y no se queda atrás. La competencia está muy pareja y cada vez falta menos para alcanzar su objetivo. A Darío se le entrecorta la respiración, Martín se seca el sudor de la frente con la manga de la camisa. Sin perder el ritmo, abren los termos.
La puerta de la última oficina se abre. Emiliano sale, con su paso tranquilo, termo en mano, hacia el dispenser, pocos pasos delante suyo. Se agacha y deja correr el agua caliente.
Martín y Darío se detienen en seco. Emiliano termina de cargar agua, cierra el termo y se da la vuelta, para volver a su oficina.
-Hola, ¿qué tal?
Cierra la puerta detrás de él. La luz roja del dispenser ya está prendida.
Los muchachos que estaban apostando, dan una patada al suelo y vuelven a sus labores.
Martín y Darío, se quedan de pie, atónitos por unos instantes. Luego, reaccionan y retornan a sus escritorios, con la mirada gacha, y controlando de tanto en tanto, los relojes, listos para la revancha.
Far right
Hace 6 años.
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