Me viste llegar y yo también noté tu presencia. Nuestras miradas se cruzaron un instante, pero fue suficiente como para hacernos cómplices y dejar todo dicho: ambos, buscando el mismo puesto, ¿fanáticos del cine? Ya podía vernos sentados en un sillón viendo La Naranja Mecánica.
Como faltaba para que me entrevistaran, saqué Así hablaba Zaratustra. Y me sumergí en las lecciones del autor. Tanto, que cuando levanté la vista, ya habías entrado al local.
Te vi salir, pararte frente al árbol, pero cuán grande fue mi sorpresa cuando te acercaste y me preguntaste algo que no logré decifrar. "¿Qué?", te digo, saliendo de mi insomniación. "¿Tenés seda?", suenó tu voz grave y con un acento extraño en mis oídos, mientras pasabas tu mano por delante de tu nariz. Sin comprender tu pedido, busqué en mi bolso, saqué el paquete de pañuelos y te lo extendí. Sonreíste, "Nono, seda", e hiciste un gesto que lo dijo todo: querías armarte uno. Negué, aguantando la risa, mientras imaginaba a los integrantes de Las Pastillas del Abuelo apareciendo del centro de Pilates que allí se encontraba cantando: "así que armate uno, armate uno Hernán".
Vuelví a guardar los pañuelos, y cuando levanté la cabeza, ya no estaban, ni él ni Las pastillas y yo me muerdí los labios, evitando reír alevosamente, pensando en lo ingenua que fui, en lo equivocado que estaba y lo... estúpido que debió parecer todo. El hombre que estaba a mi lado me miró raro.
Far right
Hace 6 años.
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